(*) Intervención de Ana Oramas en la comparecencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para informar sobre el Consejo Europeo celebrado los días 14 y 15 de marzo de 2013

El Consejo Europeo celebrado el pasado mes de marzo sirvió básicamente para certificar la fuerte parálisis que existe en el máximo órgano comunitario y para multiplicar la frustración y la desconfianza que se consolida con respecto a una cumbre que es manifiestamente incapaz de tomar decisiones que sirvan para favorecer el crecimiento y el empleo.

Las conclusiones del Consejo Europeo son vagas, difusas, plagadas de buenas intenciones, pero sin acuerdos concretos que nos permitan albergar la más mínima esperanza de que las delegaciones de los distintos países estén en disposición de sellar un acuerdo a corto plazo.

Causa una profunda desilusión leer en la introducción del documento redactado por la Secretaría General del Consejo que –y cito literalmente- los líderes europeos “han acordado debatir en los próximos meses sobre temas concretos especialmente adecuados para favorecer el crecimiento y el empleo”.

Sonroja y provoca estupor y vergüenza que el Consejo Europeo, con una crisis galopante y sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial, despache un Consejo Europeo con una retórica que genera indignación entre los ciudadanos que no pueden seguir esperando más tiempo.

Mucho me temo, señor presidente, que son otros los que marcan los tiempos en los Consejos Europeos, mientras que países como España acuden a esta cita para que quienes dictan la agenda política y económica de la Unión Europea examinen a los alumnos que, como nuestro país, deben rendir cuentas periódicamente sobre los deberes que nos impone la troika.

En España no podemos seguir esperando a que “en los próximos meses” se debatan medidas que sirvan para fomentar nuestra débil economía. Y usted lo sabe. No podemos esperar a que la agenda de todos los países de la Unión Europea esté condicionada por las elecciones que se celebrarán el próximo mes de septiembre en Alemania. Por ejemplo.

Usted, señor presidente, reprochó a su antecesor en esta misma Cámara que “los españoles no podemos decidir, no tenemos libertad”. Lamentablemente, esa misma sensación de incapacidad para decidir sobre nuestro futuro sigue siendo una realidad en esta Legislatura. Son otros, no nosotros, los que nos marcan las tareas y los que permiten deliberadamente que  haya un profundo desequilibrio entre la austeridad que se nos exige y el crecimiento que se nos niega.

La crisis está generando en Europa, como se señala un reciente informe editado por la Fundación Alternativas, un territorio de perdedores y vencedores “en función de la clase social y el país al que se pertenece”. Y esa es la Europa que aparece reflejada en los acuerdos del Consejo: la que firma las conclusiones, y a la que le conviene seguir esperando, y la que se siente asfixiada y sin voz para opinar en un foro jerarquizado.

En definitiva, señor presidente, el Consejo Europeo se cerró sin acuerdos de interés para nuestro país: se mantiene la senda de la austeridad y se aplaza para un futuro indeterminado el fomento del crecimiento. Usted, por su parte, apenas ha hablado desde entonces y ha optado por comparecer casi un mes después de la celebración del Consejo, en un claro gesto de desprecio a esta Cámara.

Nada nuevo, por tanto, ni en Bruselas ni en Madrid. Y lo que es peor: me temo que la historia volverá a repetirse el próximo mes de junio.

 

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