“Aunque los hechos siguen mirándoles a la cara, ellos continúan negando la realidad”. Las palabras de Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, definen con precisión la testarudez de aquellos líderes europeos que se empeñan en mantener la austeridad, pese a su fracaso. Solo la precipitada caída de la Bolsa registrada esta semana en las principales capitales ante el temor de una nueva recesión ha precipitado un debate político inaplazable: el ritmo de reducción del déficit público debe ser compatible con el crecimiento.
En el caso de que nos estemos adentrando en un proceso de estancamiento o, lo que es peor, en una tercera recesión por la caída de la economía alemana e italiana, así como la parálisis que se vive en Francia, las fórmulas que se deben aplicar para retornar a la senda del crecimiento deben ser opuestas a las que se han impulsado desde que se iniciase la crisis hace siete años. Existen poderosas razones para diseñar una política que impida un debilitamiento de todas las economías nacionales europeas. Y esas razones no son otras que la necesidad de mirar de frente a un problema que está cercenando miserablemente las esperanzas de millones de jóvenes y de millones de personas sin empleo.
España no puede seguir siendo cómplice de una política intransigente que sólo garantiza –vía mandato constitucional- el pago de la deuda y la reducción del déficit. Considero que debemos cumplir con el abono de lo que adeudamos y opino también que reducir el déficit es una condición imprescindible para que exista un clima de estabilidad y confianza, pero creo además que ambas obligaciones no pueden truncar nuestro avance hacia un modelo económico que garantice un futuro de progreso social y económico.
Los Presupuestos que ha elaborado el Gobierno del Estado para 2015 no son los que necesita la economía española para sortear con solvencia la etapa de notable incertidumbre que se ha abierto en el continente. Nuestra economía depende de la evolución de nuestros socios comunitarios y un estancamiento o caída de los índices de países como Alemania o Francia provocaría un notable debilitamiento de nuestra economía y todas las previsiones para 2015 se irían a la papelera.
La convulsión que se vive en Europa por el temor a otra recesión es aún más preocupante para la economía canaria. Nuestras empresas siguen más de cerca lo que sucede en Alemania o Reino Unido, los dos principales emisores de turistas hacia las Islas, que lo que ocurre en España. De hecho, durante los últimos dos años, pese a la caída del turismo peninsular, el principal motor de nuestra economía ha podido capear el temporal gracias a los datos históricos registrados en la llegada de visitantes alemanes, británicos, franceses, italianos, etcétera.
Europa pide a gritos otra hoja de ruta. Y Canarias necesita que España dé un paso al frente y exija una política orientada a estimular la demanda y el empleo. Y que lo haga sin más dilación. Que actúe con la misma firmeza que Francia e Italia para evitar que las heridas que ya son visibles en la evolución de la economía se extienda a través de un sistema cuyas constantes vitales se desvanecen.
La sensación que existe es que estamos asistiendo a más de lo mismo) Que la vieja Europa, pese a que el paro permanece en máximos históricos y que la demanda continúa estancada, sigue adormecida y sin la capacidad para desencadenarse de una política de austeridad que, como escribe el propio Stiglitz, no solo debilita nuestra economía sino también nuestra democracia.
La lección más importante que hemos aprendido de la crisis es que nada es inamovible y que el futuro es algo que se puede decidir si existe una implicación activa de la ciudadanía. “La tarea que tenemos por delante”, como explica Daniel Innerarity, “es determinar nosotros mismos, mediante procesos de legitimación democrática, cómo queremos construir políticamente nuestra responsabilidad”. Y esa tarea pasa por enfrentarnos directamente a los desafíos sin limitarnos, como ha hecho el Gobierno del Estado y la Unión Europea, a la gestión improvisada de la crisis sin perfilar un modelo económico que nos devuelva la esperanza.
El cumplimiento de los objetivos de reducción de déficit y el pago de la deuda no pueden seguir siendo el eje central de la política española y comunitaria. Ambas medidas no solo contribuyen a desmantelar los servicios públicos sino que, además, restan musculatura a las políticas que nos ayudarán a ser menos vulnerables. Me refiero a la I+D, a las energías renovables, al trazado de políticas que permitan que la industria aumente su peso específico o, por ejemplo, que los espacios turísticos deteriorados no amenacen el futuro de este sector. Y eso solo será posible si existe un cambio de rumbo en la fracasada política de austeridad.
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