La semana pasada saltó  a telediarios, programas de radio y periódicos la imagen inusual de una diputada, visiblemente enfadada, cantándole las cuarenta a un ministro por su falta de respeto. Esa diputada era quien firma este artículo y el miembro del Gobierno, el titular de Cultura, César Antonio Molina.

Se trataba de la acostumbrada comparecencia que realiza cada miembro del Gobierno tras tomar posesión de su cargo ante todos los grupos parlamentarios, y en la que el ministro correspondiente explica a los representantes de los ciudadanos cuáles van a ser sus  líneas de actuación, sus proyectos, sus prioridades durante la nueva legislatura.

A su vez, los portavoces de los grupos parlamentarios exponemos nuestra opinión, expresamos nuestro apoyo en unos aspectos o nuestra oposición en otros, hacemos propuestas y también preguntas.

Entonces, en su segundo turno, el ministro o ministra contesta a nuestras preguntas, hace las aclaraciones necesarias y, también a menudo, se escaquean de determinadas cuestiones que les puedan molestar. Pero normalmente, con el mayor respeto y corrección. Como no debe ser de otra manera.

Lo inaudito fue el comportamiento del ministro de Cultura (paradójicamente, de Cultura), César Antonio Molina. En su breve respuesta a nuestra intervención, se limitó a decir que los canarios sólo sabemos pedir dinero, como si fuéramos unos pedigüeños. Y en cuanto a las numerosas preguntas que le formulamos para conocer sus planes respecto a las necesidades en materia cultural que tiene Canarias, las despachó todas de golpe con una frase: “No se preocupe usted, que yo me reuní el otro día con la consejera y ya está todo hablado”.

A medida que fue avanzando su nueva intervención, la indignación fue creciendo entre todos los diputados (salvo los socialistas, al menos aparentemente), porque cada portavoz también recibió su taza de caldo. Y los diputados de CiU, del PNV, del PP, también irían después manifestando su indignación ante la actitud arrogante del ministro de Cultura.

A mí me tocó abrir el segundo turno de intervenciones de los portavoces y censuré al ministro su falta de educación, su desprecio al Parlamento y a lo que significan los representantes de los ciudadanos.

Pero, en cualquier caso, no fue un abandono de la Comisión, que es algo que no procede, como mínimo por respeto a los compañeros. Sucedió que en el dilema entre coger un vuelo a Lanzarote, sin más alternativas precisamente por los imponderables de nuestra lejanía, o perderlo y seguir escuchando las majaderías del ministro, le hice ver que era mejor elegir lo primero.

Lo que ha salido en los medios ha sido quizá lo más llamativo, una parte de la “bronca” que una diputada ha propinado a un miembro del Gobierno por no contestar a unas preguntas que le ha formulado en sede parlamentaria, y que además es obligación de ambos, del diputado preguntar y del miembro del Gobierno responder.

Lo que se conoce menos es precisamente lo principal: las preguntas relacionadas con lo que nos importa a los canarios. Los temas relacionados con la política cultural en Canarias que el ministro no quiso contestar.

Le hablamos del Festival de Música de Canarias, que a pesar de ser uno de los más prestigiosos de España y el único en Europa que se celebra en invierno, y que va a cumplir su 25 aniversario, tiene una financiación  ridícula si la comparamos con otros festivales de rango menor. Pedimos una mayor presencia del Ministerio en el Festival. La próxima creación de una Fundación es una buena oportunidad para ello.

Le mostramos nuestra satisfacción por cómo se ha desarrollado el convenio para paliar los efectos de la insularidad en nuestros creadores, y pedimos que se amplíe para que pueda extenderse también a sus desplazamientos y actividades en la Península y en el extranjero.

Le preguntamos si el Ministerio contemplaba incluir actividades del Septenio canario en su programación, si tenía previsto incluir en las grandes conmemoraciones la participación de manifestaciones culturales canarias. Sao Paolo, por su especial vinculación con las Islas, a través del Padre Anchieta, sería un buen ejemplo.

Le pedimos una mayor implicación del Gobierno central, a través de sus ministerios de Cultura y Asuntos Exteriores, en la tarea por conseguir que el silbo gomero sea declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad.

Nos interesamos por la incidencia del llamado 1 por Ciento Cultural en las Comunidades Autónomas. ¿Va a coordinar el Ministerio las inversiones y actuaciones del 1 por Ciento en Canarias con la Comunidad Autónoma? ¿Va a acordar con la misma qué obras deben incluirse?

El Ministerio de Cultura tiene en Canarias una serie de bienes inmuebles que, a consecuencia de la lejanía y del olvido, se van deteriorando paulatinamente. Me refiero, por ejemplo, a las bibliotecas públicas del Estado y a los archivos históricos de las dos capitales canarias. En unos casos, no son accesibles a personas minusválidas, en otros, no tienen ascensores o requieren una urgente impermeabilización o bien cuentan con un sistema de extinción de incendios que es en sí mismo un peligro. Todos tienen en común problemas estructurales.

Por ello, siempre hemos reivindicado que el día a día de estos centros los gestionen las administraciones más cercanas, a través de convenios con el Estado. Es difícil pensar en eficacia cuando una biblioteca está gestionada a dos mil kilómetros de distancia. 

Por supuesto, reiteramos al ministro nuestra inquietud por la rehabilitación de las catedrales de La Laguna y Las Palmas. A la espera del informe del Instituto Torroja, confiamos en la financiación de las infraestructuras de estos dos tesoros de nuestra arquitectura.

Estos y otros temas le planteamos al señor Molina. No parecía gran cosa esperar a que se dignara a contestar a algunos de ellos. Pero no respondió a nada y, en consonancia con la fama que se está ganando, incluso entre los suyos, nos miró a todos por encima del hombro antes de faltarnos al respeto con su pasotismo y sus malas formas.

 

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