Pablo Fernández Berrocal es catedrático en Psicología por la Universidad de Málaga. Especialista en explorar e identificar emociones propias y, sobre todo, ajenas, esta semana nos regaló una reflexión que esboza las emociones que el Gobierno del Estado nos transmite al resto de los ciudadanos. Dice Fernández que “cuando la gente siente miedo y desconfianza, los dirigentes deben saber orientarles y darles una esperanza realista, en vez de contarles milongas. Necesitamos líderes emocionalmente inteligentes ya que si nos dejan caer en el escepticismo y la desesperanza, no vamos a salir del atolladero”.

Escepticismo y desesperanza son las dos emociones que sobresalen en el estado de ánimo de la sociedad como consecuencia de la desconfianza que existe con respecto a la política que aplica el Gobierno del Estado y, sobre todo, por el desasosiego que provoca ser testigos, sin derecho a voto ni a réplica, de que el partido que hoy gobierna haya decidido seguir el camino contrario a las promesas que le auparon a la Presidencia.

Su política de comunicación es errática, imprecisa, desacertada y sus mensajes son trasladados a la sociedad a destiempo. La sensación que transmiten es que la situación se les ha ido de las manos, que no dispone de una estrategia para afrontar los retos con inmediatez, incluso aquellos efectos más previsibles de la crisis, y que carece de un rumbo preciso y que inspire confianza.

Nadie espera que haya un giro a corto ni medio plazo.  Atrincherados en la sede de su partido y entre los muros del Palacio de la Moncloa por el tsunami provocado por el extesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas, la reacción del Gobierno es el ejemplo más gráfico sobre la estrategia a la que siempre se aferra Mariano Rajoy cada vez que el viento sopla en su contra. Una estrategia basada en el silencio, en el alejamiento del Congreso de los Diputados y, como un náufrago a la deriva, confiando siempre en la esperanza de que algún milagro inesperado le rescate de un nuevo revés.

Retomo las palabras de Pablo Fernández. “Ante el miedo y la desesperanza”, la senda que debe cruzar el Gobierno pasa por ofrecer un mensaje que sirva de orientación y que inspire optimismo. Senda que el Ejecutivo de Rajoy siempre ha recorrido a la inversa con el deseo de que el temporal amaine y los ciudadanos olviden lo antes posible su responsabilidad política en cada uno de los episodios que ha tenido que afrontar para gestionar la crisis.

Olvida deliberadamente el Gobierno que la soberanía popular reside en las Cortes Generales, y no en el Palacio de la Moncloa y, ni mucho menos, en las reuniones a puerta cerrada que el Gobierno celebra con otros líderes europeos en las capitales que manejan los hilos de la recesión económica. Olvida también que un presidente es siempre un presidente. Y, por tanto, todo aquello que le afecte directamente, sea o no parte de su papel como representante público, se convierte automáticamente en un problema de Estado.

Demasiados errores certifican que el Gobierno navega a la deriva, que las ausencias públicas forman parte de su manera de actuar ante la adversidad y que su fobia a las comparecencias ante el resto de las fuerzas políticas, los medios de comunicación y, especialmente, ante los ciudadanos, evidencian su desprecio a los instrumentos sobre los que se asienta nuestro sistema democrático: la transparencia, el diálogo, la confianza y la comunicación constante entre gobernantes y gobernados.

El PP ha evitado, con su voto, que el presidente comparezca en el Congreso para explicar el caso Bárcenas. Por tanto, no tendrá que mencionar ni una sola palabra en las Cámaras sobre este vodevil político, que afecta directamente a Rajoy, hasta el mes de septiembre. Rescato lo que dijo la que hoy es vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, en 2010: “Solo quien tiene algo que esconder en el Gobierno, trata de ocultar la verdad en el Parlamento”

“Si nos dejan caer en el escepticismo y la desesperanza, no vamos a salir del atolladero”. Y mucho menos de la mano de un Gobierno que se esconde, no da la cara ante los ciudadanos, y sigue timoneando un país sin brújula, sin diálogo y sin comunicación directa con una ciudadanía a la que ya debe muchas explicaciones. Demasiadas preguntas sin respuestas pese a que, como señala Ignacio Camacho en el diario ABC, “el caso Bárcenas se ha instalado como un troyano en el núcleo duro del sistema”. Que la cordura nos asista.

 

 

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