Una de las cosas que  no puede hacer un político es agradar siempre y en todo lugar. No siempre lo entienden todos así. Decir a todo que sí o que todo es posible les hace cómodo el tránsito por las instituciones durante algún tiempo; pero siempre llega el tiempo en que la realidad les pone en su lugar. Los recursos no dan para todo. Y elegir es siempre descartar.

El que esa premisa sea elemental no obsta para que sea ignorada una y otra vez. Y a veces por las más altas instancias del Estado. Sin ir más lejos, hace unos días la ministra de Cultura, Angeles González-Sinde, se permitió el lujo de romper su necesaria neutralidad a la hora de valorar las diferentes candidaturas de ciudades españolas que aspiran a ser la Capital Europea de la Cultura 2016.

Y a pesar de que buena parte de los miembros del comité de expertos que han de elegirla serán nombrados por ella, se permitió el atrevimiento de elogiar las grandes capacidades de Cáceres para ser seleccionada; de la misma manera que la ministra Cristina Garmendia se pronunció sobre San Sebastián o el ministro Moratinos sobre Córdoba. Ninguno de los tres estuvo acertado; pero era la ministra competente en el ramo la más obligada a mantener una neutralidad exquisita.

Desde Coalición Canaria interpelamos a González-Sinde en el Congreso para que precisara los términos de su apoyo a Cáceres, en detrimento del resto de las candidatas: Las Palmas de Gran Canaria, Córdoba, Málaga, Alcalá de Henares, Santander, San Sebastián, Segovia, Burgos, Tarragona, Palma de Mallorca, Pamplona, Zaragoza, Cuenca, Murcia y Oviedo-Gijón.

La ministra afirmó que “el Gobierno se mantiene neutral respecto a la elección de Capital Cultural Europea”, y atribuyó a la prensa el origen de la polémica sobre posible favoritismo de la ministra respecto a algunas candidaturas.

Durante la réplica  tuve ocasión de poner en valor la candidatura de Las Palmas de Gran Canaria, hasta ahora no reconocida o valorada por ningún ministro, porque sin duda representa una alternativa diferente, distinta y con mucha más carga simbólica par la Unión Europea que la mayoría de las ciudades que compiten: algunas de ellas con un gran patrimonio monumental; pero desde luego peor equipadas para la organización de eventos, peor comunicadas desde el resto de Europa y con escasa capacidad alojativa. La candidatura de Las Palmas no solo puede representar a todas las islas europeas (históricamente con menos oportunidades para organizar grandes eventos), sino también a todas las regiones ultraperiféricas, que constituyen una Unión Europea diferente, con una historia y visiones del mundo originales.

No fue ese el único asunto  en el Congreso. En los últimos años, desde Coalición Canaria hemos ido abriendo poco a poco la puerta a ayudas estatales para posibilitar que los artistas canarios (sobre todos musicales y plásticos) puedan exponer o actuar en la Península, de forma que las reducciones de los costes de los transportes los ponga en pie de igualdad con el resto. Esa es otra lucha abierta para ponerlos en pie de igualdad, también en el mundo de la cultura. Por eso reclamamos a la ministra  de Cultura el compromiso de facilitar los desplazamientos.

 

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