La más que complicada situación por la que atraviesa ahora Portugal nos da una idea del abismo que bordeó España hace casi un año. En mayo del año 2010, el Gobierno español se vio abocado a producir un fuerte recorte en el gasto público si quería mantener la solvencia de España; es decir, la garantía de que podrá obtener recursos cuando los necesite y de que podrá pagar siempre a todos los que les debe, empezando por sus propios funcionarios.

Aquel giro de 180 grados en las políticas sociales del Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero puso en evidencia los graves errores de cálculo del Ejecutivo español, que hasta entonces se empeñaba en enfrentarse a una fuerte tormenta como si apenas soportáramos sólo una ligerísima borrasca.Aquel drástico cambio de rumbo, urgido desde dentro y desde fuera del país, fue casi la única salida de las posibles a una situación tan complicada, como demostró luego la experiencia  en los casos de los países de la UE  Irlanda y Portugal, cuyo eufemístico “rescate” sólo fue y es posible después de una fuerte “dieta de adelgazamiento” en las cuentas públicas.

Fue, sin duda,  la única salida para que España no entrara en caída libre, como ha ocurrido en la república lusa, donde -ahora lo sabemos- unas elecciones anticipadas no sólo no han arreglado todavía las cosas, sino que conducirán a más fuertes recortes sociales en el futuro. No quisieron en el país vecino taza hace unas semanas y tendrán que apechar con taza y media o dos tazas pronto.

Portugal va a necesitar ahora fondos de la UE por más de 90.000 millones de euros por no haber enderezado a tiempo el desbarajuste de sus cuentas públicas. Pero para que se libre esa cantidad será preciso que se recorten muy duramente tanto los salarios públicos como las prestaciones sociales en materia de pensiones y sanidad.

La debacle portuguesa se ha producido después de que las medidas de recorte propuestas por el primer ministro, José Sócrates, fueran rechazadas por la Cámara portuguesa, abocando al Gobierno a dimitir y, lo que es peor, dejando al país absolutamente al pairo de los llamados “mercados”, esas manos invisibles que no dudan en exigir intereses de casi usura a aquellos países a los que -calculan- no les van a salir bien las cuentas en el futuro, a la vista del gasto que tienen comprometido en el presente.

En mayo de 2010 pudo haber ocurrido un fenómeno parecido en España si, en medio de la tormenta financiera el barco se hubiera quedado sin timón por unos meses como buscó, con tanto afán  como escaso sentido de Estado, un Partido Popular absolutamente impaciente por retornar al poder a costa de lo que sea.

En varias ocasiones Coalición Canaria había emplazado al Gobierno a realizar un mayor ejercicio de austeridad. Porque no estábamos ante una crisis corta y pasajera, como creía José Luis Rodríguez Zapatero. Estábamos y seguimos estando ante la mayor tormenta económica y social de la democracia; de la misma forma que el 23-F fue el mayor de sus cataclismos políticos.

Pero si en ese último caso el país  respondió unido y firme ante la amenaza,  ahora los dos grandes partidos no han estado a la altura de las circunstancias; no han sabido llegar a los pactos de Estado necesarios. Y eso es algo que estamos pagando y seguiremos pagando durante mucho tiempo, y que no nos permite alejarnos definitivamente del peligro, como necesita este país para recuperar totalmente la confianza.

 

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