Hoy, domingo 22M, nos vuelven a convocar a todos para hacer un ejercicio de responsabilidad con nuestro pueblo, con nuestra isla, con Canarias y con nuestro futuro.
Hay personas que maduramos nuestro compromiso político desde hace ya tiempo. Pero tan legítimo es mantener la fidelidad a unas siglas como alterar el apoyo en cada ocasión, a la vista del trabajo realizado y de su coherencia con lo que se promete hacer. Porque cuanto más aprendemos, más se demuestra que los ciudadanos deciden en función de la trayectoria de cada fuerza política, que es lo que realmente avala sus promesas y los programas.
En un día de elecciones como hoy, no voy a pedir el voto para nadie, sino a seguir invitándoles a la reflexión, sobre todo a aquellos que no han decido aún su voto o incluso si van o no a votar.
Primero, votar es implicarse en lo de todos. No dejar que sean únicamente otros los que decidan por ti. Esta democracia es perfeccionable. Hay que adaptarla a los nuevos movimientos sociales. Habrá que hacerla más participativa y dialogante. Y eso se puede hacer votando y también convirtiéndonos cada uno en agentes de opinión en nuestro entorno, grande o pequeño. De opinión informada y fundada.
Por unas u otras causas, la indiferencia se ha adueñado de capas sociales más amplias. Y eso solo se resuelve si cada uno ponemos nuestro granito de arena para que las formas de hacer política cambien en este país. Pero desde la inhibición, desde la abstención, solo contribuimos a que las cosas sigan igual o empeoren.
Segundo, sentido del voto. No nos engañemos: participar desde la ignorancia es legítimo también, pero es poco responsable. Es preciso conocer, de la forma que sea, a quién se vota. Y saber si lo que hoy anuncia es coherente con lo que ha venido haciendo antes. No es lo mismo «predicar que repartir el trigo», dice la sabiduría popular. Y los que, en los duros tiempos que corren, prometen mundos felices que no estén basados en el esfuerzo y el trabajo, apenas venden humo de colores, mercancía para ingenuos.
En los últimos días, han existido legítimas movilizaciones nacidas del desencanto, de los errores cometidos y de la desesperanza por la crisis profunda y dura que atravesamos. Mucha gente se pregunta por qué no ha surgido antes. Seguramente por la propia apatía y desvinculación que se ha instalado en la sociedad respecto a los asuntos públicos.
Muchas de las más razonables demandas acabarán calando, como lluvia fina, en el trabajo futuro de los políticos más responsables. Lo hará con más rapidez e intensidad en la medida en que se reactive una sociedad políticamente adormecida, a la que sus jóvenes empiezan a pedirle cuentas. Y lo haga buscando puntos de encuentro, medidas más eficientes; y rechace las confrontaciones estériles y teatrales que durante los últimos años han empobrecido la vida política española.
Hoy es un día para reflexionar sobre todo eso. Y para actuar en consecuencia.
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