Con los nuevos ministros calentando ya las butacas de sus despachos, la perspectiva de este cuarto gobierno de Zapatero es más política y menos gestora que el anterior. En ello están de acuerdo todos los analistas, de uno u otro color.

Si el perfil político de un Gobierno es muy fuerte eso no es, en principio, ni malo ni bueno, ni mejor ni peor. Lo que ocurre  es que los resultados  están más condicionados por la calidad gestora de los segundos y terceros niveles de esa administración.

Dependerá en cierta medida de quienes incorporen para garantizar  que las medidas adoptadas por el Gobierno y el Parlamento llegan o no a buen fin. Y depende del rigor que las figuras de primer nivel  quieran aplicar. Porque en épocas de penuria  el control del gasto y su eficaz asignación  es más importante que nunca. Y, sin embargo,  la tentación de cheques-regalo  para ganar votos sigue presente  como método  para evitar el creciente del desgaste electoral del partido gobernante  que confirman también todos los sondeos.

Frente a las siempre optimistas previsiones del Gobierno [que sigue pensando que la recesión se acabará este año] cada vez es más  alta la coincidencia de los técnicos  en situar su término  en los finales de 2010 o, incluso más allá,  en fechas indeterminadas.

Los viejos patrones de análisis no nos sirven a los economistas en este caso. No valen sencillamente porque hace falta remontarse muy atrás (cuando la Economía nada tenía que ver con la actual)  para encontrar dos recesiones superpuestas -la financiera y la inmobiliaria -, que en el caso de España se convierten en tres, con la del empleo. Porque la crisis laboral  de nuestro país duplica en su grado a la que mantiene  Europa y EE.UU.

Todo ello reafirma  que esta crisis será mucho más larga que las anteriores. En las dos últimas décadas estábamos acostumbrados a recesiones de un año y a  periodos de expansión o crecimiento fuertes de cinco o más años. Ahora nada es igual. Y menos en España. Y menos en sus regiones meridionales, con escaso tejido industrial y exportador y con más altas tasas de paro.

Que se entendiera todo esto por todo el mundo nos alejaría de voluntarismos felices como los que esgrime una y otra vez el presidente Zapatero, en la creencia de que un buen deseo  repetido mil veces es como aquellas mentiras reiteradas que llegan a tener apariencia de verdad. Este país no se podrá reactivar si no es consciente de la gravedad de la crisis y, sobre todo, del agravamiento que todavía  esta por llegar.

La confianza no se recupera a base de pronósticos falsos. Porque, al ser desmentidos una y otra vez por la realidad, deterioran la credibilidad futura de las autoridades. Y hacen creer a muchos que esto no es más que un breve parón en la enorme fiesta consumista de los últimos años.

No es un corto intermedio. Esa fiesta ha acabado, aunque  todavía la mitad del pueblo que ni ha visto ni verá alterados sus ingresos pueda seguir disfrutándola, incluso beneficiándose de caídas de precios. Pero cuando la otra mitad lo pasa mal y está en la antesala de una situación todavía peor, el ejercicio de una mínima responsabilidad nos obliga a todos a volver a la cultura del esfuerzo y del trabajo que bien conocieron nuestros padres y abuelos.
Y obliga al mundo de la empresa y de la banca a ser más generosos: a limitar al mínimo los despidos que genera la falta de actividad productiva y a insuflar crédito en aquellas empresas que tengan una auténtica apuesta de futuro.

Y obliga a las administraciones a alumbrar una nueva economía, menos dependiente de la construcción, pero asimismo potenciadora de nuestro turismo, el baluarte más fuerte y más creador de puestos de trabajo ahora y en el futuro.

Los nuevos servicios turísticos que inventen los más emprendedores han de cualificar a Canarias para situarse en la vanguardia mundial del sector. Porque estamos ante una auténtica disyuntiva: o llegamos a ser los más punteros o seremos barridos a medio plazo por los destinos turísticos emergentes  con sus bajos precios.

Concluyo: No sé si el nuevo Gobierno va a estar más pendiente de las encuestas electorales ante los comicios europeos o de la realidad económica. Ha retrasado y retrasado medidas reguladoras más duras para no verse afectado en esas elecciones. Pero los plazos se le hacen cada día más cortos.

 

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